El saco de las palabrotas – Un cuento que te explica como dejar de decir palabrotas

el saco de las palabrotas

Hoy nuestra amiga Estrella Montenegro nos cuenta un cuento que nos intenta enseñar como dejar de decir palabrotas «El saco de las palabrotas». Enseña a tus hijos buenos modales y ha evitar las groserías y las palabrotas.


El saco de las palabrotas – Como dejar de decir palabrotas

¡Que harta esta Ana! Sus dos hijos no paraban de pronunciar palabrotas por todo y para todo, Los profesores de ambos se habían quejado de ellos reiteradas veces.

Los castigos no parecían tener efecto, ni las charlas, ni nada de… nada. Aquella tarde Marcos y Rubén se pegaban en el salón por los juguetes, y se decían muchas cosas y bien feas.

Ana no podía escuchar lo que estaba escuchando, les había llamado la atención tres veces, había hablado con ellos para que entrasen en razón, pero… ¡nada! Si Rubén de siete años propinaba a su hermano pequeño con alguna grandilocuencia, Marcos con tan solo cinco años no se achicaba y la decía aún peor.

-¡Basta ya! – Les dijo, ya no enfadada si no enfadadísima

-¡Ha sido Marcos!

-¡Ha sido Rubén!

-¡Sois los dos! A ver… ¿por qué  tenéis que hablaros de esa manera?

-A mí es que… se me escapan- Contestó Marcos

-Y… a mí también –Respondió Rubén

Entonces Ana les miro decepcionada, se dio media vuelta y desapareció. Se fue directamente al armario trastero y busco un saco. Volvió donde estaban sus hijos y les dijo…

-Este es el saco de las palabrotas, podría haber sido un frasco pero como las que vosotros pronunciáis son tan gordas no cabrían.

Los dos pequeños se miraron extrañados y pensando que su madre se estaba volviendo loca comenzaron a reír.

-¿Os parece lo suficientemente grande? – Les preguntó mientras mostraba su interior aún vacío

-¡Mamá las palabrotas no se pueden guardar! –Replicó Rubén

-Ah… ¡no! ¿Estáis seguros?

-¡Claro mamá! Que cosas dices –Replicó Marcos

-Entonces podéis aclararme una cosa

-¡El que! –Contestaron a la vez

-¿Cómo es posible que se escapen si no se pueden guardar?

-Porque se escapan, simplemente y… ¡ya!

Matizó el mayor de los dos hermanos, Ana se quedó mirándolos mientras pensaba rápidamente, pero en seguida dio con la respuesta.

-¡Vaya…! Mirar que me he encontrado aquí pegado

Dijo señalando el coche teledirigido de carreras. Los dos pequeños se aproximaron al coche y lo inspeccionaron, pero no encontraron nada

-¡Aquí no hay nada pegado mama! –Replicaron

-¡Ah… no! pues yo veo esa palabrota que se te escapó a ti Rubén, esa tan gordísima de hace tres días

Los niños se miraron y comenzaron a reír aún si se puede con más ganas que antes, estaba claro que aquel  gesto de su madre les parecía desternillante.

-¡Veras que voy a hacer contigo… palabrota fea!

Marcos y Rubén se miraban y se reirán de todo aquello, pensaban que su madre había perdido la razón, pero en vez de preocuparse les pareció divertido, y la siguieron el juego.

Rubén cogió el camión donde guardaban los coches de colección, abrió la puerta y se lo mostró a su madre.

-¡Mira mamá! Aquí seguro que se esconden otras pocas

-¡A ver… a ver!

Ana cogió el camión, abrió la trampilla trasera… estaba lleno de coches de colección, pero donde sus hijos solo veían coches ella veía palabrotas escondidas.

-¡Fijaros cuantas palabrotas escondidas!

Dijo cerrando la trampilla del camión muy deprisa. Entonces  ambos comenzaron a enseñarla todos sus juguetes, según ellos en cada uno se habían pegado alguna palabrota.

-¡Esto no puede ser! –Dijo Ana muy indignada

-¿El que mamá… el qué no puede ser? – preguntaron los hermanos al mismo tiempo

-¡Que las palabrotas se escapen y se peguen donde les vengan en ganas!

No podían reírse más, su madre definitivamente había perdido el juicio y se había vuelto loca. Pero Ana no se disgustó porque sus pequeños se rieran de ella, no se enfadó nada, pero… nada… nada. Al contrario se puso a reír con ellos, hasta que se cansó.

-¡Que divertido es esto de buscar las palabrotas que andan por ahí escapadas!

-¡Sí mama… divertidísimo!- Contestaron

-Veréis lo que vamos a hacer, vamos a hacer un montón con ellas

-¿Cómo?-Preguntaron

-En este lado de aquí vamos a poner todas las cosas en las que se han quedado pegadas las palabrotas

Se pusieron manos a la obra, primero hicieron una montonera con los juguetes del salón, pero les pareció poco y trajeron más juguetes de la habitación. Cuando aquel montón fue lo suficientemente grande, Ana comenzó a guardarlos en el saco, los dos hermanos se miraban extrañados, como no sabían que estaba sucediendo, no dudaron y preguntaron.

-¿Qué haces mamá?

-Como las palabrotas esas que se os escapan son muy cansinas… ¡vamos que son unas pesadas! Y se escapan y se pegan… y se escapan y…. ¡se pegan en cualquier lado!, voy a meterlas en el saco de las palabrotas, seguro que aquí dentro terminan por marchitarse y no vuelven a salir más

-¡Pero mama… esos son nuestros juguetes! –Replicó Rubén

-¡Ya lo sé! Pero mira como están de contaminados… ¿os acordáis de lo que vimos el otro día en el documental?

-¿En cuál?- Preguntó Marcos

-En ese que hablaban sobre la radioactividad, y… ¿visteis lo que hacían los científicos con los objetos contaminados por ella?

-¡Si…! –Afirmaron los dos

-Pues aquí vamos a hacer lo mismo, como todo parece estar contaminado con vuestras palabrotas lo vamos a descontaminar, lo vamos a meter aquí, a ver si así no queda ni una sola, y no vuelvo a escuchar una palabra fea saliendo por vuestra boca

Ana llenó casi… casi el saco de las palabrotas con los juguetes de los dos, esos…  que habían sido contaminados. Ahora ya no se reían ninguno de sus dos hijos, a los pequeños ya no les parecía tan divertida la actitud de su madre.

Pero los días siguientes fueron igual, cada vez que uno de los dos decía algo feo, su madre buscaba donde se había quedado pegada aquella cosa fea, y lo guardaba en el saco.

Poco a poco y a medida que sus juguetes desaparecían, se les fueron quitando las ganas de decir aquellas cosas tan feas. E incluso tuvieron que llevarse bien, porque apenas les quedaban juguetes y si alguno de los dos pronunciaba o decía algo feo, su madre venia y les requisaba dos o tres juguetes, por cada palabrota o frase mal dicha se producía un nuevo saqueo que iba a parar directamente al saco de las palabrotas.

Un día no se escucharon más palabrotas, pero Ana quería estar segura de que se habían extinguido, de que no volverían a circular por la casa como si tal cosa. Sus hijos le pidieron que abriese el saco y les devolviera los juguetes.

-¡Mamá!

-¿Qué quieres Rubén?

-¿Nos puedes devolver los juguetes?

-Y… eso ¿por qué?

-Te habrás dado cuenta que ya no decimos palabrotas

-¡Es cierto!

-¡Pues por eso…! ¿Nos devuelves los juguetes?

-¡Uy… no!

-¡Pero mamá!

-¡Aún es pronto!, no vaya a ser que no estén marchitas y al sacar los juguetes vuelvan a campar a sus anchas

-¡Mama!

-¡No…!

Hasta que un día… Ana se dio cuenta de que ya no se escuchan palabrotas, que ninguno de sus dos pequeños se decían cosas feas, que todo era como tenía que ser. Entonces fue a por el saco de las palabrotas, lo abrió sacó todos los juguetes y se los dejó colocados en la habitación. Cuando regresaron del colegio les contó lo que había hecho.

-He abierto el saco de las palabrotas, lo he hecho sin que estuvierais  aquí ninguno de los dos, no fuese que quedase alguna por ahí merodeando y se reprodujese en vuestra boca, he colocado los juguetes en vuestro cuarto, así que ahora estamos en periodo de observación, como yo escuche una palaba mal sonante, por muy pequeña que sea esta, no lo dudó ni un segundo voy a por el saco de las palabrotas y…. a desinfectar de nuevo.

Marcos y Rubén sabían que su madre era capaz de hacer eso y mucho más, así que no volvieron a decir ninguna grosería, ninguna palabrota, ni nada por el estilo nunca jamás.

FIN «El saco de las palabrotas»

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