Cuento infantil: ¡No nos gustan las visitas!
Tanto Kike como su padre Manri, hicieron caso al capitán y con mucho cuidado bajaron para explorar la isla, era cuestión de precaución antes de ir al lugar donde se supone que estaría el cofre. Rosi no se quiso quedar sola con el capitán por lo que bajo también a acompañarles, no sabía con lo que se podrían encontrar en el camino y no estaba dispuesta a dejarles solos y quedarse ella de brazos cruzados.
-Esperadme, me marcho con vosotros.- les gritó Rosi desde la escalera del velero.
-¿¿queee??- dijeron padre e hijo sin poder contener una sonrisa burlona.
-¿de qué os reis?- dijo Rosi fingiendo un enfado.- Yo también quiero ir, no sabéis con lo que os vais a encontrar. Y no penséis que me voy a quedar en el velero de brazos cruzados sin saber que es de vosotros. De eso ni hablar.
-Por eso mismo deberías quedarte- dijo Manri esta vez en serio- no queremos que te ocurra nada y sería mejor que te quedaras a salvo en el velero. Yo cuidaré de Kike.
-¿Pero que te acabo de decir, Manri?, no pienso quedarme a esperar vuestro regreso, y mucho menos sabiendo que la gente aquí no quiere saber nada de visitas. Me iré quieras o no.
-Entonces supongo que diga lo que diga no lograré convencerte de que vuelvas- dijo Manri vencido por la tozudez que mostraba a veces su mujer.
Sabía que una vez que había tomado una decisión, nada ni nadie podía convencerla de lo contrario. Llevaban mucho tiempo juntos y Manri ya sabía lo testaruda que podía ser Rosi a veces, la mayoría de las veces acababa dándole la razón y por suerte, nunca se arrepentía de eso. Esta vez no iba a ser distinta y en el fondo quería tenerle cerca.
Una vez que estuvieron a pocos pasos del lugar indicado, un niño de la tribu salió a su paso. Kike asustado en un principio se escondió detrás de su padre, pero al ver que no les hacía nada salvo mirar, decidió dar un paso adelante y hablar con el niño.
-¡Hola… me llamo Kike! y estos son mis papas. ¿Tú cómo te llamas?
El niño le miró con curiosidad, pero no le contestó a su pregunta. Así que Kike insistió:
-¿Es que no me entiendes? Yo soy Kike y ellos mis papás.- dijo Kike gesticulando para que le entendiese mejor. Esta vez el niño sí que le habló y se presentó:
– Yo Nimbdú, ¿tu cazador?
– ¡No…! por supuesto que… ¡no!- contestó el padre de Kike – Sólo hemos venido porque mi hijo encontró un mapa en el que figuraba tu isla y la queremos conocer.
Manri no le informó de la existencia del cofre con el tesoro y prosiguió.
– No queremos molestaros, el capitán que nos ha traído nos avisó de vuestra presencia y de lo molesta que resultaban las visitas para vosotros.
Kike no pudo evitar la curiosidad, quería saber porque su presencia les molestaba tanto, así que… preguntó directamente.
– ¡Nimbdú! ¿por qué no os gusta recibir visitas como la nuestra? Tendrías más niños como yo con los que jugar.
– Nosotros no queremos visitas porque los cazadores furtivos venían y mataban todos los animales, dejándonos casi sin recursos, por eso ahora mi familia no quiere visitas de personas como vosotros.
Kike un poco molesto por lo que Nimbdú le acababa de decir, le contó su historia y porqué habían ido a parar allí con todo detalle, hasta le habló de los tesoros.
Al oír la historia sobre los tesoros Nimbdú sin mediar palabra les indicó con un gesto que le acompañasen. Manri preocupado empezó a temer por sus vidas, y muy receloso acercó a Kike y a Rosi hacia él. Temerosos siguieron al niño nativo.
¿A dónde se dirigían?, esto solo lo supieron al final del trayecto. Nimbdú les había dirigido a su poblado, donde su padre era algo así como el Rey de la tribu.
Al llegar ante su padre, un hombre corpulento con cara de pocos amigos, muy moreno por la causa que ya conocéis, ¡si…! Esa misma que ya os imagináis al ser una isla donde había pocos lugares de sombra, ya que poseía tan sólo un par de palmeras. Nimbdú le hizo una reverencia y comenzó a contarle su encuentro con Kike y sus padres.
-¡Gran Rey!, me he encontrado con estos forasteros cuando iba de camino a recoger nuestros víveres como hago a diario; me han dicho que no nos quieren hacer daño, que sólo vienen buscando unos tesoros y que encontraron nuestra isla en un mapa que había encerrado en una botella, cerca de la playa donde se bañaban.
-Mmmm…- se quedó pensativo el Rey.- Si han llegado hasta aquí, es porque han pasado por la isla de la concha y han logrado desenterrar la concha de los deseos.- prosiguió.
Al escuchar esto, Kike le pegó un estirón a su madre que de poco le hace caer al suelo, y en voz baja le preguntó.
-¡Mamá…! este señor… ¿cómo sabe donde hemos estado si no ha venido con nosotros? ¿Y cómo sabe lo de la concha que te regalé? Si la llevas escondida…¿cómo puede saberlo?
– Buena pregunta Kike. Pero yo no lo sé y no sé si preguntárselo al padre de Nimbdú, porque su presencia asusta bastante. ¿Y… si se enfada?
Ni corto ni perezoso Kike le preguntó al Gran Rey.
-¡Gran Rey! nosotros le acabamos de conocer y usted no se ha movido de su isla. ¿Cómo sabe que hemos estado en la primera isla y que tenemos la concha, que usted dice que es de los deseos? ¿Qué poder tiene encerrado esa concha?
– A ver pequeño…
-¡Kike…! mi nombre es Kike- dijo algo enfadado porque no le gustaba que le llamasen pequeño.
Manri le dio un pequeño empujón a Kike que le hizo callarse al momento, sabía que con esa contestación podría enfadar al Gran Rey y se jugaban el terminar el viaje.
Al contrario de lo que pensaban los padres de Kike, el padre de Nimbdú esbozó una sonrisa y le respondió amablemente.
-Bueno Kike…, nuestros antepasados vivieron en vuestro continente, pero mi abuelo era navegante y le encantaba explorar lugares nuevos y encontró estas islas, buscando como vosotros nuevas emociones y tesoros. El mapa que tu encontraste seguramente sea el que mi abuelo dibujó por si se perdía en su travesía, pero no siguió con su viaje, porque conoció esta tribu y en ella a mi abuela, y… ya nunca llegó a su destino. Se quedó en esta isla formando una familia, esa es la causa por la cual nunca más se preocupó de buscar el tercer tesoro, según me decía él lo había encontrado aquí. Había encontrado a mi abuela y eso para él era el tesoro más preciado de su vida, puesto que en el lugar donde vivía nadie le esperaba, no tenía nada que le hiciese volver y aquí había encontrado una razón para echar raíces y terminar sus días rodeado de belleza.
Tras decir esto, el Gran Rey se acercó a Kike y le dijo en voz baja:
-¿sabes? Tu madre me recuerda a mi abuela, yo solo la conocí en las viejas fotos que encontré después de mi abuelo, pero viéndola a ella ahora entiendo porque lo abandonó todo por ella.
Rosi, que estaba lo suficientemente cerca, se ruborizó al oir al Gran Rey, causándole a este una pequeña carcajada. A Manri, por el contrario le hizo sentir una pequeña punzada de celos. Se sentía halagado por lo que el Rey pensaba sobre su querida mujer, pero le daba un miedo horrible el poder perderla. Su miedo se esfumó cuando el jefe de la tribu se dirigió a él y le dijo:
-Cuida mucho a tu familia, tu niño es muy intrépido al igual que el mío. No conoce el miedo y eso le llevará lejos. Y tienes una gran mujer al lado, no permitas que se aleje de ti, tienes mucha suerte.
-Entonces… si no llegó a terminar su viaje, ¿cómo sabemos si es cierto que existen los dos tesoros que quedan? ¿Cómo sabremos que no se lo inventó? Y… ¿Qué hay de la concha? ¿Qué pasa con ella?- preguntó también Manri.
– Eso lo tendréis que averiguar vosotros en vuestro viaje, lo que si tengo seguro es que este viaje os va a cambiar la vida. En cuanto a la concha, no es tan solo una concha, hay que saber leerla…, ella os dirá el camino que debéis seguir si queréis regresar a casa.
Estaba oscureciendo, y gracias al desparpajo del pequeño Kike, que tanto le había gustado al Gran Rey y el parecido que guardaba Rosi con su familiar, tanto él como su hijo Nimbdú les invitaron a pasar lo que quedaba de día. Al día siguiente, Nimbdú les ayudaría a encontrar el siguiente cofre, con la única condición de que nunca dirían que les habían encontrado, y que nunca… nunca volverían a aquella isla, dejando a su tribu vivir en paz, al niño le gustó la idea de acompañar a su nuevo amigo durante un día más.
Kike le había caído muy bien desde el principio. Hasta ahora no había jugado con nadie fuera de la tribu y los demás niños que vivían con él eran bastante más pequeños y su nuevo amigo tenía la edad ideal para acompañarle en sus juegos.
Durante la noche, tanto los pequeños como los mayores se lo pasaron en grande, ya que al final la tribu no era tan peligrosa como le habían prevenido. Al contrario, se habían mostrado de lo más hospitalarios y aún más cuando le prometieron que no contarían a nadie que existían.
A Rosi todo esto le dio que pensar, mientras Manri y Kike disfrutaban junto al fuego de las historias que contaban y de los bailes de los miembros de la tribu, ella se preguntaba…¿ por qué les había avisado el capitán de que la tribu era peligrosa cuando no era cierto? ¿Cómo sabía de su existencia si les habían hecho prometer a ellos que no les dirían nada a nadie sobre la misma? ¿acaso era el uno de los cazadores furtivos que les habían dejado sin recursos sólo por ambición?
Mientras Rosi estaba absorta en sus pensamientos, Manri la observaba preocupado. Estaba demasiado callada durante toda la noche y eso sólo le ocurría cuando algo le preocupaba o le quitaba el sueño. Con cariño, la acurrucó junto a él y le besó delicadamente, lo que hizo que Rosi se despertase, o al menos volviese de sus pensamientos y disfrutase junto a su familia de esa noche tan apacible junto al fuego.
Ambos se quedaron abrazados al calor de la hoguera mientras los dos amigos jugaban con los palos, las piedras y todo lo que había por allí. Nimbdú le enseñaba como se divertían los niños de su tribu y Kike le contaba todo lo que hacía donde vivía. Sus vacaciones con los abuelos, la visita a la playa y el comienzo de la aventura que les había llevado hasta allí.
Jugaron y jugaron hasta que, por fin, el sueño les venció y juntos en la cabaña de Nimbdú se quedaron dormidos sobre una manta.
Al día siguiente se levantaron temprano, pese a las quejas de los pequeños, ambos se habían quedado dormidos en la madrugada y aún tenían suficiente sueño como para seguir dormidos durante todo un día más.
Finalmente lograron levantarles, se despidieron del Gran Rey y del resto de la tribu y junto a Nimbdú fueron hacia el lugar donde deberían encontrar el segundo cofre, tal y como venía indicado en el mapa. Cavaron y cavaron, pero no encontraron más que un cofre con simplemente una nota manuscrita. “Si el tesoro real queréis encontrar, en la tercera isla deberéis buscar.”
Esa nota dejó un poco desilusionada a Rosi, que esperaba encontrar algo más que una nota que dijese que tenían que seguir navegando. ¿Por qué harían eso? Parecía una broma de mal gusto.
Este cuento se corresponde al capítulo: «No me gustan las visitas» del libro de Rosi Requena «Kike y el mapa de las 3 islas».
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