Cuento infantil: Caperucita y el lobo cocinero
Miguel es un niño de 5 años muy inquieto al que no le gustan los cuentos de siempre, estos días está en casa porque se ha resfriado y el médico les ha dicho a sus padres que es mejor que no salga.
Como se aburre, se ha leído ya todos los cuentos que tiene en su habitación y, aprovechando la visita de su abuela, le pide que le cuente uno.
-Te contaré el de Caperucita – le dice su abuela Carmen.
-Pero abuela, ese ya me lo sé, ¿no puede ser otro?- le replica Miguel.
-Es que, esta caperucita es especial y el lobo más aún. ¿Quieres que te lo cuente?
Una vez convencido el niño, la abuela empieza con el cuento y su nieto le presta toda su atención.
.”Erase una vez, una niña que siempre iba con una caperuza roja. Por eso mismo todos los que la conocían le llaman Caperucita Roja.
Todos los días se iba a visitar a su abuela y siempre se encontraba con el lobo, que con sus ladridos le asustaba y se quedaba con su merienda
-Abuela, ¿ves como es el mismo de siempre?-le interrumpió Miguel.
– ¿Me quieres dejar seguir? Esto es solo el comienzo, este lobo no es convencional. – le contestó Carmen con una sonrisa.
– Bueno, sigue… – le indicó el niño.
– “Uno de los días que Caperucita iba a ver a su abuela, vio que el lobo no estaba donde solía encontrárselo, pero le dio lo mismo. “Mejor” pensó la niña, así esta vez no me quitará la merienda.
Pasaron los días y siguió sin ver al lobo y, Caperucita empezó a preocuparse por él. Empezó a pensar que sería lo que le podía ocurrir al lobo para no acercarse por allí y llegó a la conclusión de que tal vez podría estar enfermo o con hambre y que por eso le ladraba para quitarle la poca comida que llevaba ella.
Decidida a encontrarlo y ver el motivo por el que ya no se lo cruzaba por el camino, uno de los días se desvió de su camino y, guiada por las huellas que vio camino a una cueva, llegó hasta la morada del lobo.
Lo que vio sorprendió muchísimo a Caperucita, allí estaba el lobo rodeado de libros y con unas gafas sobre su hocico. El lobo la miró y fue directo a la entrada de la cueva donde se encontraba la niña.
-¿Qué haces aquí?- le gruñó el lobo enfadado – esta es mi cueva. No deberías estar aquí.
Caperucita pensaba que se había vuelto loca, había oído hablar al lobo igual que ella.
-¿Sabes hablar? – le dijo Caperucita muy sorprendida.
– Claro, me ha llevado mucho tiempo aprender a hablar como vosotros –le dijo orgulloso el lobo.
-Entonces, ¿por qué no lo has hecho antes?- le preguntó extrañada.
– Por miedo a vosotros, si alguien me oyese hablar, me llevaría al zoo o al circo y yo me moriría si abandono el bosque.
-¿Y todos estos libros? ¿qué estas estudiando? – le preguntó la niña echándoles un vistazo.
El lobo comenzó a explicarle lo que pretendía hacer, le volvía loco la cocina pero no sabía cocinar y buscaba en los libros como podría hacerlo.
Caperucita, viendo que el lobo no suponía ningún peligro para ella, se ofreció para ayudarle en su empeño de ser un buen cocinero. Se comprometió a llevarle todos los días los libros de cocina para enseñarle lo que su madre cocinaba en su casa.
Poco a poco, Caperucita y el lobo se fueron haciendo buenos amigos y la niña no fallaba a su cita. Todos los días se iba al bosque, pero en lugar de llevar sólo la merienda, llevaba con ella los libros de cocina que usaba su madre con la excusa de que era la abuela quien le pedía esos libros para hacer cosas nuevas y no comer lo mismo.
Todo iba sobre ruedas y la mamá de Caperucita no sospechaba nada, hasta que un día la niña llegó a la cueva del lobo y se lo encontró cabizbajo y con los libros apartados en un rincón. Al verle tan triste, le preguntó qué era lo que le había puesto tan triste, a lo que el lobo le respondió.
-Estoy muy agradecido por la ayuda que me estas prestando. Ahora conozco un montón de recetas e incluso, casi podría abrir un restaurante en el bosque con todas las recetas que hemos probado. Pero, todo lo que sé es la teoría y si me encontrara entre los fogones de una cocina, no sabría lo que hacer. ¿Me podrías ayudar?
– Veré lo que puedo hacer – fue lo único que le contestó Caperucita.
La pequeña estuvo pensando en lo que le dijo el lobo durante varios días, ¿a quién le iba a pedir ayuda para enseñar al lobo a cocinar? Y mucho menos, meterlo en su casa. No sólo huiría despavorido, también podría acabar haciendo daño a su ahora amigo el lobo.
Después de mucho pensar, se le ocurrió que podría decírselo a su abuela. La mujer sin sus gafas no distinguía las caras y como el lobo sabía andar y hablar como los humanos, no habría ningún problema.
Con la decisión tomada, cogió su cesta y esta vez le metió entre sus cosas un par de delantales, gorros de cocinero, sus libros de cocina y algo para comer por el camino y se fue a buscar al lobo.
Cuando llegó, al lobo le dio una gran alegría ver a su amiga, más aún cuando Caperucita sacó sus delantales y gorros de cocina y se lo dio para que se lo pusiera. Como nunca se había puesto uno, tuvo que ser ella quien se lo puso bien.
Juntos, riendo y cantando se fueron hacia la casa de su abuelita. La niña, indicó al lobo que esperase en la puerta. Mientras ella le contaría a la abuela lo ocurrido y le convencería para que les dejase y le enseñase a cocinar en su cocina.
-Caperucita hija, ¿te has vuelto loca? ¿no te das cuenta de que nos puede usar de comida? Es muy peligroso meter a un lobo en casa, y más aún en una cocina.
-Pero abuela, este lobo es distinto y ¡hasta sabe hablar! – le insistió Caperucita.
Tras mucho pensarlo y no sin cierta preocupación por acoger al lobo en su casa, la abuela aceptó al ver a la niña tan segura de lo que estaba haciendo.
-Está bien, pero a la mínima intención que haga de comernos, no solo lo echo a la calle, sino que llamo a Esteban, el cazador para que se haga cargo de él.
La niña salió corriendo a la puerta e indicó al lobo que pasara a la cocina donde le esperaba su abuela. La abuela de Caperucita no pudo contener la risa al ver las pintas que llevaba el lobo con el gorro de cocinero, las gafas y el delantal.
En seguida se pusieron manos a la obra y al lobo, como se sabía cada receta como la huella de su pata, no le costó nada aprender a cocinarlas.
Pronto se fue soltando en la cocina y como la abuela veía que era muy bueno, tuvo una idea. En el bosque no había más casas que la suya y la de caperucita, pero venía mucha gente entre cazadores y biólogos, así que pensó en abrir una pequeña casa rural para dar de comer a todos los que hasta allí llegasen. Así el lobo también estaría seguro, ya que sería él quien cocinase para los huéspedes y no tendría que salir de la cocina hasta que cerrasen para descansar.
A todos les pareció una buena idea y pronto inauguraron entre los tres, “La casita del bosque”. Ahora un montón de gente va todas las mañanas a comer y disfrutar de la especialidad de la casa, tortitas caseras con mermelada de fresa. Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.”
-¿ Qué te ha parecido Miguel? – le preguntó su abuela. -¿es la Caperucita de siempre?
-¡ Noooo, que chulo! Cuéntame otro, por favor…
– Eso será otro día, ahora tienes que descansar para curar bien ese catarro. Hasta mañana. –le dijo su abuela con un beso.
Pronto el niño se quedó durmiendo, soñando con Caperucita, el lobo cocinero y las dulces tortitas de “La casita del bosque”
Autora: Rosi Requena
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Hola maestra saludos y mis respetos. La conocí en San Carlos Cojedes. de verdad fue una experiencia maravillosa para mi saludos! me gustaría que agregara a sus contactos mi escuela E.P.B. Eloy Guillermo Gonzalez. [email protected]