Cuentos infantiles: Las Apuestas
Cuento Mapuche.
Nota: El pueblo mapuche es un pueblo indígena amerindio que habita desde sus orígenes en algunas zonas de Chile y Argentina.
Hubo una vez una gran fiesta a la que todos los indios asistieron. Ancianos, mujeres y niños se presentaron allí, incluso las gentes más ricas del lugar, montados en sus grandes caballos con montura de plata. A la fiesta también acudió un indio pobre, que nada tenía que perder.
En medio de la celebración, apareció un jefe indio con su preciosa hija y el indio pobre se quedó prendado de tan bella mujer.
El hombre rico le propuso una apuesta al hombre pobre.
-Apostaremos – dijo
-Pero si yo soy hombre humilde y no tengo nada… Sólo puedo apostar mi trabajo.
-Está bien – dijo el hombre rico. Apuesto tres vacas y tres terneros.
-¿Cuál es la apuesta? – dijo
-Un amigo me ha invitado a comer a su casa. La apuesta consiste en que deberás quitarme la comida del plato sin tocarlo con tus manos.
El jefe indio fue entonces a comer y el indio pobre esperó a que se sentara a la mesa y le sirvieran la comida. Entonces, el indio pobre se subió al techo, abrió un agujero en él, y cuando el hombre rico empezó a comer, le arrojó una gran piedra en el plato. La comida saltó fuera y se esparció sobre la mesa. De esta manera, consiguió ganar la apuesta y recibió las tres vacas y los tres terneros que le correspondían.
Enojado, el jefe indio decidió apostar de nuevo.
-Apostaremos otra vez, y esta vez te daré todas mis ovejas si me sacas de la cama sin tocarme.
El indio pobre aceptó y por la noche siguió al hombre rico hasta su cama. Trepó por el tejado, hizo un agujero encima de ella y mientras el hombre dormía, vació un saco de hormigas sobre su cuerpo. Eran tantas y tanto le picaban, que se levantó de la cama y fue corriendo a bañarse al río para librarse de ellas.
Una vez más, el hombre pobre había ganado la apuesta y el rico tuvo que pagar lo acordado. Pero el hombre rico seguía empeñado en vencerle alguna vez, y volvió a proponerle lo siguiente:
-Te daré mi caballo si consigues bajarme de él sin tocarme.
-Acepto – dijo el jefe indio
Así que esta vez salió el hombre pobre a buscar cardos de grandes y espinosas hojas y los amarró a la cola del caballo sin que su dueño se diera cuenta. Cuando quiso montarlo y el caballo comenzó a correr, el animal se clavó las espinas y tanto se enfureció, que galopó hasta el río. El hombre rico se soltó de él para no ahogarse y fue nadando hacia la orilla, pero el caballo desapareció hacia el lado opuesto y nunca más se supo a donde fue.
Una vez más, el indio pobre había ganado la apuesta, pero como el rico ya no tenía caballo para pagarle, tuvo que darle la mano de su hija.
Y así, el hombre pobre y la hermosa india, fueron felices.