Hay muchos cuentos e historias que están consideradas fabulas, mitos o leyendas y que nos dejan una moraleja, como es el caso del Rey Midas y su toque de Oro.
Este cuento, nos enseña que las mayores riquezas no son las materiales y que ser codicioso trae consecuencias negativas.
El mito del Rey Midas y Dionisio
La historia del Rey Midas trata de un monarca muy rico y poderoso que gobernaba en Macedonia.
El Rey Midas poseía muchas riquezas, su fortuna era enrome y casi incalculable.
Este poderoso Rey era el padre de una hermosa hija llamada Zoe, con la que compartía su vida y era muy cariñosa, lo que le alegraba cada día.
El Rey Midas disfrutaba de la buena vida, tenía absolutamente todo lo que un hombre podía desear; le encantaba la música, las fiestas y tenía todos los objetos de lujo que se podían tener.
El palacio de Rey Midas era un hermoso y gigantesco castillo, que tenía el jardín de rosas más hermoso de todos los reinos, donde se lucia haciendo grandes y ostentosas fiestas.
Midas era un poderoso monarca, que pensaba que su oro y todas sus riquezas eran su mayor felicidad.
Todas las mañanas al despertar, lo primero que hacía el Rey Midas era contar sus monedas de oro y las lanzaba hacia arriba para que le cayeran encima, como una lluvia de monedas de oro.
Cuentan que algunas veces llenaba una tina con objetos de oro, para simular que se bañaba con ellos.
Un día, el dios de la celebración llamado Dionisio que iba camino a la india, pasó por Macedonia. Estaba con uno de sus acompañantes de nombre Sileno, pero este cansado de tanto festejar, se extravió por el camino.
Sileno buscaba un sitio cómodo para descansar y se encontró un hermoso jardín de rosas donde decidió acostarse.
El rey Midas paseaba por su jardín de rosas y se encontró con Sileno, al cual reconoció inmediatamente y lo invitó a pasar unos días en su palacio.
Sileno tenía una personalidad muy divertida, él siempre entretenía a las personas, contando anécdotas muy interesantes de sus viajes con Dionisio.
El Rey Midas era muy celoso con todas sus pertenencias y no perdonaba a quienes osaban tocar o mucho menos dañar sus cosas. Sileno había aplastado sus rosas cuando durmió en su jardín, pero como Midas disfrutó mucho de su agradable compañía; decidió dejarlo ir luego de varios días sin castigarlo y lo llevo de vuelta sano y salvo con Dionisio.
Dionisio estaba muy agradecido con el Rey Midas le dijo:
– Te agradezco por no castigar a Sileno y por cuidar de él, por eso, pídeme lo que quieras y te lo concederé.
El Rey Midas sin pensarlo dos veces, le respondió:
– Deseo que todo lo que toque se convierta en oro.
Dionisio meditabundo, vio al rey y con voz preocupada trató de advertirle:
– ¿Seguro que es eso lo que deseas?
Y el Rey Midas le contestó muy efusivamente que sí estaba seguro, porque solo el oro lo hacía feliz.
De esta manera, fue como Dionisio le concedió el deseo al rey Midas.
Al día siguiente, el Rey Midas se despertó rápidamente para comprobar si el deseo que le pidió a Dionisio funcionaba.
Midas tocó una mesita y se sorprendió cuando se transformó en oro, luego tocó una silla, una alfombra, las puertas, los platos, cubiertos y hasta la bañera.
El Rey Midas estaba como loco tocando todos los objetos que estaban a su alrededor, transformándolos en oro.
Al principio Midas se divirtió muchísimo convirtiendo de oro, absolutamente todo lo que veía.
Un día el rey se sentó a desayunar y vio una rosa muy bella de la que quiso oler su fragancia, pero cuando la tocó, la rosa se convirtió en metal precioso y no desprendió ningún aroma.
Luego intentó comerse una uva, pero cuando la tocó, también se transformó en oro y en el momento que intentó morderla, se lastimo los dientes.
A Midas le ocurría lo mismo con todo lo que intentaba comer; con el pan, el vino y el agua.
El monarca comenzó a darse cuenta de las advertencias de Dionisio, e intentó acariciar a su mascota, que era una gatita muy dulce y también la transformó en oro.
El rey Midas empezó a lamentarse y un día cuando su hija Zoe lo escuchó sollozando, acudió a consolar a su padre.
Midas al darse cuenta que su hija iba hacia él, intentó detenerla, pero ella ya lo había tocado y en menos de un segundo, Puff…!!!Quedo transformada en una estatua de oro.
El Rey Midas desconsolado acudió a Dionisio y llorando le pidió ayuda:
–Rogándole le dijo que ya no quería el oro, que ya tenía todo lo que quería, pero que no se había dado cuenta de lo que su deseo le llevaría. Le dijo que quería abrazar a si hija y poder escuchar su risa. Le manifestó que quería oler las rosas y poder comer. Le suplicó, que por favor le quitara esa maldición.
El dios Dionisio le respondió:
– Si quieres devolverle la vida a las estatuas y poder volver a comer y a oler las rosas, puedes deshacer la maldición. Pero para poder otorgarte eso, te costará todo el oro de tu reino. Busca la fuente del río Pactulo y lávate las manos allí y todo cambiará.
Midas fue a donde Dionisio le indicó y se lavó las manos en el río, inmediatamente su hija volvió a ser una persona y todo lo que Midas había transformado en oro, recuperó su esencia natural.
Comprensión lectora del mito del Rey Midas
Cuando los niños leen el mito del Rey Midas, pueden comprender que las mayores riquezas no son las materiales y ni que todo el oro del mundo, puede aportarnos más felicidad que una persona querida.
Podemos darnos cuenta, que ni todo el oro del mundo se puede comparar con el sabor de una comida o con la fragancia de una rosa.
Si te gustó esta narración, te invitamos a que compartas con nosotros, tus respuestas a estas preguntas:
- ¿Qué era lo que hacía feliz al Rey Midas?
- ¿Qué es lo que le pidió a Dionisio?
- ¿Qué les paso a su gata y a su hija?
- ¿Cómo se sintió el Rey Midas?
- ¿Por qué no le importo perder su oro?
- ¿Qué crees que es lo que realmente te hace feliz?
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