Madiba: El Ángel de Sudafrica
Erase una vez un niño que soñaba con un mundo donde todos fuesen iguales y lo imposible no existiera.
Siendo muy pequeño, disfrutaba de las historias que su familia le contaba sobre su pueblo y sus costumbres y, aunque era muy feliz junto a los suyos, en Sudáfrica, poco a poco se fue dando cuenta de que algo no iba bien.
Al poco tiempo de comenzar el colegio, empezó a escuchar una palabra que no entendía, “Apartheid”, y por más que preguntaba a sus profesores y a los adultos más cercanos, sólo conseguían que huyeran atemorizados o simplemente un silencio que no hacía más que aumentar su preocupación y curiosidad.
Por más que pensaba y pensaba, no entendía el significado de aquella palabra tan rara que tanto temor producía entre los suyos.
Sólo veía que la gente que comenzaba a llegar a su país les estaba aislando y que algunos, a pesar de ser niños como él, le despreciaban por no tener el mismo color de piel y eso le dolía mucho.
-¿Por qué no podemos ser amigos?- preguntaba a alguno de sus compañeros -¿es que cuando te caes y te haces daño, no lloras como yo?- le llegó a preguntar a una niña a la salida del colegio.
-No lo sé – le respondió la niña encogiéndose de hombros – me caes muy bien, pero mis padres no me dejan.
-¿Por qué? – insistió él.
Antes de poder recibir respuesta alguna, la niña vio a sus padres y salió corriendo por temor a una regañina.
El pequeño se quedó sentado en la entrada del colegio triste y solo, pero justo en ese momento decidió que, cuando fuese mayor, lucharía por hacer posible lo que en ese instante parecía imposible, que todos fuesen iguales y que otros niños pudiesen jugar juntos sin importar el color de su piel, ni nada que les pudiese separar. Al fin y al cabo, como le decía su madre, nadie nacía habiendo aprendido a odiar por sus diferencias y, por lo que veía en su familia, era más fácil aprender a amar que a odiar.
Con este pensamiento fue creciendo y entró en la universidad, donde fundó un grupo con el que protestaba y luchaba por cambiar el estado de su país.
No sólo seguían sin oírle, sino que cada día que pasaba era aún peor, pero eso no era motivo para rendirse, al contrario. Con uñas y dientes siguió peleando por conseguir su propósito y que esa palabra tan rara que cambió su infancia, se convirtiese de una vez por todas en un mal sueño. Hasta que un mal día le detuvieron, le metieron en la cárcel y le cambiaron su nombre por un número, el 46664.
Veintisiete años pasaron en los que, a pesar de estar encerrado, siguió con la idea de conseguir su tan anhelado deseo, aprovechando todo el tiempo libre que tenía, que era mucho, estudiando y preparándose para cumplirlo el día que saliera en libertad.
Años después, el presidente de su país y tras enterarse del sueño que perseguía el preso 46664, le concedió su tan deseada libertad al darse cuenta que ambos compartían ese mismo propósito.
Aquel niño, que soñaba con un mundo mejor, se había convertido en un hombre de setenta y un años, cuando consiguió su libertad y recuperó su nombre.
Después de todos esos años en la cárcel, sentía que era el momento exacto de cumplir su sueño y tan sólo bastó un año para que, junto a su nuevo amigo, consiguieran cumplir su sueño. Juntos habían hecho que todos fuesen iguales y desterraron la palabra “Apartheid”, esa que le cambió su vida, a lo más profundo de la historia de Sudáfrica para que nadie más la volviese a nombrar y mucho menos recordar lo que significaba para su pueblo.
Mucha gente oyó hablar de lo que habían logrado tras años de lucha y, mandatarios de todos los países del mundo llegaron a un acuerdo. Como todos lo habían intentado y sólo ellos lo consiguieron, les concedieron el mayor de los premios que habían entregado hasta entonces, “El Premio Nobel de la Paz”.
Ambos se pusieron muy contentos al recibirlo y les animó a que siguieran trabajando para hacer lo más difícil, que se mantuviese vivo ese sueño hecho realidad.
Todo su país se alegró tanto que para agradecerle lo que había hecho por ellos, aún estando en la cárcel, le nombraron presidente de Sudáfrica, el país que le vio crecer sufrir y cumplir su sueño. Como no, aceptó encantado y el tiempo que estuvo como presidente, lo hizo con la igualdad como bandera.
Ahora, con noventa y cinco años cumplidos, el niño que hizo posible lo imposible tiene el cargo más importante de su vida. Debe cuidar desde el cielo que su sueño no se desmorone y que su pueblo y su país tengan para siempre esa igualdad por la que tanto luchó y finalmente logró.
¿Os imagináis cual es su nombre? Ese pequeño que se convirtió en un símbolo de la paz de su país, ahora es un ángel llamado Nelson Mandela.
Rosi Requena. Homenaje a Madiba. Nelson Mandela
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Precioso cuento y muy cierto.Gracias
Gracias por este cuento tan maravilloso.
Lo he adaptado para mis chiquitines.