Cuentos para niños: Cuestión de pareceres

Cuentos para niños: Cuestión de pareceres

De Todas las cosas que se pudiesen desear en este mundo o en cualquier otro, Santi  con apenas siete años lo tenía muy claro y solo deseaba una cosa. La deseaba con tanta fuerza que no había día que no soñase  dormido o despierto con ella. Incluso se veía subido en su bicicleta de sillín alto, con las cintas de colores ondeando al viento mientras pedaleaba por el parque a toda velocidad. Deseaba tanto aquella bicicleta que hasta sus pestañas sabían de memoria como era la bici con la que tanto soñaba.

Pero en casa las cosas no estaban precisamente para bicis, su padre llevaba más de dos años buscando trabajo, su madre trabajaba pocas veces, y normalmente los trabajos que le salían se los proporcionaba el párroco de la iglesia del barrio.

nino bici

A veces cuando su madre tenía que ir a trabajar  y su padre no podía quedarse ni con él ni con su hermana, porque también tenía alguna chapuza que hacer, se los llevaba a realizar aquellas tareas.  Normalmente hacia limpiezas generales a ancianas que se valían a duras penas por si solas. Entonces Don Jacinto… el párroco venía a buscarla a casa  y le decía…

-Parece que la Señora Graciela tiene algunas telarañas que quiere que le quites, y de paso la limpies las ventanas y le laves y  le cuelgues las cortinas

En otras ocasiones…

-Parece que la Señora Martina tiene la cocina algo sufrida, y quiere que te pases a limpiarle los azulejos y los armarios

Y con estos pareces y otros pareces que el párroco le proporcionaba a su madre comían los cuatro todos los días caliente. Pero Santi deseaba una bicicleta con todas sus fuerzas y todas sus ganas. Sin embargo  no era capaz de decirlo en casa, porque era consciente de que  sus padres no podían comprársela, aun esforzándose muchísimo sabía que no podían.

Una tarde al comenzar la primavera su madre les llevó a casa de Doña Margarita, aquella anciana quería limpiar el trastero y el cobertizo de cosas y muebles viejos. En aquella ocasión fueron toda la familia como si de una visita familiar se tratase, para aquel “parece” sus padres trabajarían juntos. Y su hermana Carmina que apenas tenía dos dientes y él,  se quedarían haciendo compañía a Doña Margarita mientras sus padres realizaban aquella limpia de trastos viejos.

Doña Margarita había hecho rosquillas de mantequilla y azúcar, y  cuando llegaron toda la casa olía a ellas. Les recibió con el delantal puesto, el moño ladeado y la nariz tiznada de harina.

-¡Buenas tardes! Muchas gracias por venir y prestarme ayuda, a mis años hay ciertas cosas que una ya no puede hacer sola

Dijo mientras abría la puerta de la entrada, para que todo aquel aroma de repostería les abrazara a modo de bienvenida

-¡Buenas tardes Doña Margarita! Las gracias se las tenemos que dar nosotros a usted, sabe bien que con estas cosillas podemos dar de comer a nuestros pequeños, a la par que somos útiles a la comunidad

Contesto su padre ayudándola a caminar por el pasillo, mientras entraban todos detrás siguiéndoles hacia la cocina

-¡Qué bien huele! –Exclamó Santi

-¡A… ha! Son mis rosquillas de azúcar y mantequilla,  están recién hechas, con un buen vaso de leche están mucho mejor, seguro que estos niños quieren merendar

Santiago miró a sus padres, él nunca hacia nada que les pudiera comprometer, sabia estar en cualquier situación, y jamás hacia nada sin que antes su madre o su padre le dieran consentimiento. Su madre le miró con ternura y contestó ella misma.

-¡Muchas gracias!… Santiago se tomara ese vaso de leche con rosquillas encantado, solo hay que verle la cara para saber que no le hará el feo, a la pequeña Mina con que le dé media rosquilla será suficiente aún es muy pequeña, pero ha de probar y comer de todo. Nosotros le estaremos muy agradecidos.

-Pues… ¡vamos a merendar pequeños! – Dijo sonriendo la anciana

Los padres de Santi se excusaron debidamente para no retrasar la labor para la cual habían sido llamados, Doña Margarita abrió la puerta de la cocina que daba al patio, sacó un manojo de llaves del delantal y abrió las dos puertas pequeñas y viejas que estaban al otro lado. Luego volvió despacio a la cocina descorrió las cortinas de la puerta y del ventanal, les  volvió a sonreír y dijo.

-¡Los niños necesitan luz para crecer! Y hace un día tan bueno y soleado que será mejor descorrer las cortinas y que merendéis como es debido

Comentaba mientras volcaba leche tibia sobre un tazón enorme de desayuno. Santiago no sabía dónde dirigir su mirada, si al carro donde su hermana permanecía sentada, al plato repleto de rosquillas o a sus padres que habían desaparecido tras aquellas puertas del otro lado del patio.

Doña Margarita puso el tazón con leche sobre aquella mesa antiquísima de los años no se sabe, le acercó la fuente de rosquillas, desarrimo una de las sillas que iban a juego con aquella antigüedad y le invitó a sentarse en ella para merendar.

-¡Siéntate! Uno ha de comer sentado para que las cosas le alimenten

Pero si se sentaba en aquella silla estaría dando la espalda al patio, y  entonces no vería que cosas sacaban sus padres para tirar, en alguna ocasión ya había ido con ellos a vaciar algún que otro trastero, y sabía que algo siempre le caía. Una vez se llevó un montón de canicas, y cuando vaciaron el trastero de Doña Frasquita hasta un balón sin estrenar. Pero para no hacer el feo como su madre bien dijo desde un principio, se aguantó sin mirar y se merendó aquel gran tazón de leche templada con tres rosquillas enormes. Luego se levantó para recoger todo y dejar el tazón y el plato en el fregadero. En ese instante Doña Margarita tomó las asas del carrito de su hermana y le dijo…

-Vamos a salir al patio a que nos dé… el aire, así nos despedimos de todos esos trastos viejos como se debe

Sus padres ya habían hecho una gran montonera mientras él merendaba, maletas viejas, lámparas que ya ni se podían conectar a la toma actual de luz, y que además ni tan siquiera valían para venderlas como articulo decorativo porque les faltaban piezas,  y entre todos aquellos trastos había una bicicleta oxidada a la que le faltaban hasta las ruedas.

Santiago se acercó para verla con más detenimiento y a Doña Margarita no le pasó desapercibido su interés.

-¡Esa bicicleta vieja ya no da más de sí! Seguro que tú tienes una más moderna y bonita

-No señora, no tengo bicicleta, me gustaría tener una, pero ni se me ocurre pedírsela a mis padres, como diría mi madre… es un artículo de lujo

-¿Cuántos años tienes?

-¡Siete!

-Y… tú crees que con siete años estas para saber si una bicicleta es un artículo de lujo

– Yo si lo sé, sabe usted que mis padres no tienen familia aquí, que vienen de otro país, aquí no tengo abuelos ni tíos, ni tan siquiera tengo primos, lo poco que tengo es porque mis padres se preocupan por que lo tenga, yo veo a otros niños que tienen muchas cosas, porque si no se las regalan sus abuelos, se las regalan sus tíos, o si no sus padres, pero ese no es mi caso.

-Entonces según tú… esa bicicleta es un artículo de lujo

-Pues en su día imagino que si lo seria, ahora sin ruedas y tal y como esta yo diría que simplemente es un artículo

-¡Tienes razón!

Y según dijo estas palabras Doña Margarita retiro de aquel montón aquella bicicleta mientras se reía, Santiago no sabía muy bien porque estaba haciendo aquello, pero eran sus trastos viejos  y aunque no le encontrase mucho sentido permanecería callado, como sus padres ya le habían enseñado.

Tras aquello todo trascurrió con normalidad, en apenas tres horas sus padres consiguieron sacar todo aquello que a Doña Margarita ya no le interesaba, sin embargo no dejó que tirasen la bicicleta al contenedor que había pedido al Ayuntamiento para deshacerse de todo aquello.

Una mañana de sábado Don Jacinto fue a visitarlos a casa, su madre le invitó a pasar, acababa de sacar del horno un bizcocho de limón y le tentó para que se comiera un pedacito, no pudo negarse a semejante invitación y se sentó junto a ellos a desayunar.

-Parece que Doña Margarita tiene algo para nuestro pequeño Santi

Santiago miro al párroco con los ojos muy abiertos, aún era muy pequeño para cumplir con aquellos… “pareces” con los que venía a su casa, pero las cosas no iban como debían, y aunque no sabía muy bien para que podría servir siendo como era tan pequeño, no dudó ni un segundo y sin saber para que le solicitaban aceptó el… ”Parece”

-Pues… dígale a Doña Margarita que no se preocupe, que aquí estoy para lo que necesite, aunque aún soy muy pequeño y no sé si sabré realizar la tarea que me pida, yo iré encantado a ayudarla en lo que me pida

Tras aquellas palabras sus padres y Don Jacinto se miraron, desde luego con los pocos años que abarcaba su edad era todo un hombrecito, después de mojar el bizcocho en el café y saborearlo en silencio, concreto el párroco el parece por el cual había ido a visitarles

-¿Qué te parece Santi si vengo a buscarte a eso de las cuatro?

-¡Me parece bien!

-¡Perfecto! Entonces hasta las cuatro de esta tarde

El párroco se despidió dando las gracias por el desayuno, y no se habló más sobre aquel asunto durante todas las horas que trascurrieron antes de que fuesen a buscarle. A las cuatro en punto Don Jacinto tocó el timbre, su madre una vez más y con prisa le volvió a peinar el flequillo a un lado, le colocó la ropa, le beso en la frente y le dijo que se portara bien, que fuese un niño ejemplarmente educado, y que no les dejará en mal lugar. Santiago asintió con la cabeza y corrió escaleras abajo para no hacerle esperar más de lo debido.

chico bici

De camino a la casa de Doña Margarita no hablaron de nada, era como si se dirigieran a un acto en el que se requiriese absoluta concentración, sin embargo Santiago  no podía evitar pensar en aquel parece para el cual había sido llamado,  mentalmente se hacía preguntas del tipo ¿para qué querrá Doña Margarita que le ayude?  También mentalmente se contestaba… acaso querrá que le quite las malas hierbas de los alcorques de la entrada, o quizás quiera que le ayude a mover los tiestos de sitio, que pensándolo bien sería lo más normal puesto que ya estamos en primavera, y querrá dejar el patio bonito y limpio.

Cuando llegaron el párroco llamó a la puerta, Doña Margarita no tardó en abrirles y recibirles con una gran sonrisa

-¡Qué bien que ya estéis aquí! Tenía una ganas enormes de verte Santiago- Le dijo mientras revolvía con las manos algo dentro del bolsillo del mandil- pero pasad he hecho limonada casera, seguro que os apetece un vasito bien fresquito

Ambos entraron hasta la cocina donde ya estaban dispuestos tres vasos sobre aquella mesa antiquísima, la anciana vertió la limonada y les invitó a sentarse, quizás fuese por aquello que le dijo aquel día cuando fueron sus padres a retirar los trastos viejos, por aquello de que los alimentos si se toman sentados alimentan más, y como su madre le pidió que se portase educadamente, sin decir nada se sentó y esperó a que le explicaran lo que tenía que hacer…

-Imagino que te estarás preguntando porque te he mandado llamar

-¡Pues si…! Sí que me lo he preguntado, pero si me ha mandado llamar seguro que es porque le valgo para hacer alguna tarea

Doña Margarita y el párroco se miraron asombrados y se echaron a reír, tras lo cual la anciana siguió hablando

-¡Pero que muchacho! Está bien saber que eres un niño dispuesto, pero ese no es el motivo por el cual te he mandado llamar, para saberlo deberías mirar lo que hay en el patio

Santiago se quedó asombrado, puesto que si no le había mandado llamar para que hiciera algún trabajo ¿para qué le había llamado entonces? Siguió sentado sin moverse puesto que estaba desconcertó, y Doña Margarita volvió a insistir…

-¡Venga…! No lo retrases más, levántate y ve a ver que hay en el patio

Entonces pidió permiso para levantarse se dirigió hacia la puerta de la cocina, descorrió un pelín la cortina para poder coger el picaporte  y abrir,  deslizo la puerta muy despacio mientras les miraba sin tener muy claro si lo que estaba haciendo era lo que ellos pretendían que hiciese, ambos se levantaron para seguirle, y cuando ya estaban detrás de él esperando a que saliese al patio, fue cuando miró en su interior y vio lo que allí había.

-¡Una bicicleta! –Exclamo Santiago sin entender lo que estaba pasando

-Es para ti… ¿te acuerdas de aquella bicicleta vieja?

-¡Sí!

-Pues es esa,  al día siguiente hable con Don Jacinto, y ha sido él quien se ha encargado de arreglarla, la ha pintado, quitado el óxido, la ha puesto frenos nuevos, las luces, un sillín con respaldo, ruedas y hasta unas cintas de colores en el respaldo

Aquella bicicleta era tal y como él la había soñado, incluso tenía el mismo color. Santiago no podía creer lo que allí estaba sucediendo, con algo de miedo fue en su busca, le temblaban las piernas, porque la felicidad corría por su interior a toda velocidad. Pero no podía aceptar aquel regalo sin más.

-No puedo aceptar su regalo – Dijo con la mirada triste

-¿Por qué no?- Le preguntó Doña Margarita

-Porque no sé si mis padres me dan permiso para que lo acepte

Entonces Don Jacinto, le acercó la bicicleta un poquito más  pidiéndole que la cogiera por el manillar y le dijo…

-Tus padres ya saben que venias a por ella, no te han dicho nada porque era una sorpresa, por tanto tienes su permiso.

A Santiago le nació una sonrisa tan grande que casi se le salía de los mofletes. Les dio las gracias casi mil veces, incluso le dijo a Doña Margarita que iría a quitarle las malas hierbas sin que se lo pidiera. Sacó la bicicleta de aquel patio, y cuando estuvo en la calle se montó en ella para pedalear y pedalear como lo había hecho  millones de veces en sus sueños.

Cuentos para niños por Estrella Montenegro

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Un comentario de “Cuentos para niños: Cuestión de pareceres

  1. Alejandra Vasquez dice:

    pensando como niños… lo mejor de que nos lean las cosas es imaginarlas; y lo mejor de leer como grandes es volver a imaginar como niños. Me encanta la lectura, en verdad no sé como existen personas que les incomoda esto. Pobre de ellos.

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