Cuentos infantiles: Unos dibujos muy vivos
Santi es un niño, con apenas diez años, al que le cuesta mucho dibujar y no porque no le guste, cuando está solo se pasa las horas dibujando e inventando en ellos mundos fantásticos con criaturas a las que da vida con su imaginación.
Pero en el colegio y con sus amigos es completamente distinto. Cada vez que le toca dibujar o pintar algo en la clase de Plástica, siempre se inventa cualquier excusa para intentar no hacerlo o lo acaba muy rápido diciendo que no sabe o no le sale.
Los profesores ya no saben lo que hacer y al igual que sus padres no entienden el porqué de su actitud porque realmente no dibuja tan mal como para no querer enseñarlos.
Ambas partes deciden esperar un tiempo, un par de meses antes de hablar con él para ver la razón por la que Santi no quiere dibujar y mucho menos enseñarlos.
Pasa el tiempo pero la cosa no mejora, Santi sigue con la misma actitud y no quiere dibujar ya ni en su casa, cosa que a los padres comienza a preocuparles de verdad. Ya desesperados por la actitud del niño, deciden hablar con él y averiguar qué es lo que le ha hecho cambiar tanto y no disfrutar dibujando como antes lo hacía.
-Santi, me tienes preocupada- dice Ana, su mama – antes te gustaba dibujar mucho y ahora apenas tocas los lápices que te compraron los abuelos por tu cumpleaños. ¿Te ocurre algo?
-Si aún me gusta dibujar, mamá, pero…- dice cabizbajo el niño.
-Pero…- continúa Ana.
-Pero hay unos niños que se ríen al ver mis dibujos y dicen que lo hago muy mal. Que hago unos bichos muy raros y no les gustan.
-Santi, el que no les gusten tus dibujos a otros niños, no quiere decir que no dibujes bien.- le corrige Luisa, su maestra.- He visto tus dibujos y aunque tienes que corregir algunas cosas, como es normal cuando estas aprendiendo, dibujas bastante bien para tu edad.
– Además – interrumpe Ana- si dejas de dibujar porque no les guste a los demás, al final te olvidarás como hacerlo y acabarás dibujando mal de verdad. ¿Tú quieres eso?
-No, claro que no- contesta Santi un tanto molesto.- pero es que siempre se meten conmigo y no se dibujar otra cosa.
– Santi, no te preocupes. Nosotros estamos para enseñarte y si vuelves a dibujar pronto aprenderás a hacer otras cosas. ¿Me prometes que te lo pensaras?
Santi miró a su madre y no muy convencido le dijo a Luisa, su maestra que se lo pensaría esa misma noche y al día siguiente le diría su decisión.
Juntos Ana y Santi fueron a casa y le contaron a su padre la charla que habían tenido y que se plantearía el volver a dibujar tras la promesa de su maestra de enseñarle a dibujar otras cosas aparte de sus “criaturas” como les decía él.
Llegó la noche y Santi se fue a dormir a su habitación. Esta estaba decorada con todos los dibujos que había hecho hasta el último mes en el que había dejado de dibujar y pintar por evitar el que los demás se metiesen con él.
Uno de los dibujos, el preferido por su madre, era un pequeño extraterrestre lila con grandes ojos verdes y unas antenas con las puntas similares a unos pompones de lana que se columpiaba en un parque, acompañado por otra un poco mayor de color verde pálido con una coleta de un azul turquesa y las mismas antenas que el pequeño extraterrestre. Al fondo se veía un cohete con colores muy llamativos y un montón de niños jugando a su alrededor.
Esa noche se acostó pensando en lo que tanto su madre como Luisa le habían dicho, aunque por su cabeza seguía la idea de no dibujar. Si no volvía a hacer más “criaturas” no se volverían a meter con él ni con su forma de dibujar.
Pero había alguien que no estaba muy de acuerdo con lo que a Santi le rondaba por su cabeza. Era el pequeño extraterrestre del dibujo, que al ver a Santi tan triste decidió salir del dibujo para hablar con él y convencerle de lo contrario.
-Hola Santi, ¿por qué estas tan triste?- le preguntó el pequeño lila.
Santi, asustado por lo que vio, a punto estuvo de ponerse a gritar, pero pronto se tranquilizó al ver el rostro familiar de su mismo dibujo.
-Pero t-tu tu…eres un dibujo. No puedes hablar, ni moverte, ¿qué haces aquí? ¿Estoy soñando?
-No, de momento no- le dijo sonriendo la otra criatura verde- estamos tan vivos como tú quieras que estemos.
-No puede ser verdad, solo sois dibujos colgados de una pared- dijo Santi incrédulo. – los dibujos no tienen vida propia.
– Te equivocas- le contestaron al mismo tiempo- tu nos has dado vida hasta ahora y queremos saber que te ha hecho cambiar de idea. ¿Ya no nos quieres?
– Claro que os quiero- replicó Santi – solo que los demás niños no ven bien que os dibuje a vosotros en lugar de dibujar otras cosas como perros, coches o cosas así.
– Pues por eso estamos aquí ahora, para decirte que sin ti no somos más que un trozo de papel y necesitamos de tu imaginación para seguir viviendo. Sólo que no nos mostramos a los demás por eso mismo que dices, no todos creen en la magia que se despide cuando uno dibuja. Cuando lo hacéis, sin daros cuenta nos dais vida, pero muy pocas veces nos dejamos ver. Sólo cuando corremos el peligro de desaparecer, como ahora – dijo triste el pequeño lila.
– Pero, yo no quiero que ocurra eso. Quiero veros igual que ahora- les suplicó Santi. – ¿Qué puedo hacer para evitarlo?
– Lo tienes muy fácil – le contestó la otra criatura. – sólo tienes que volver a dibujar, tienes la promesa de tu maestra que te enseñará a dibujar otras cosas y a otros personajes. Además, sabes que a tus padres les gustan tus dibujos. Si no fuese así, serían los primeros en decírtelo ¿no crees?
– Si, tal vez tengáis razón – asintió Santi. – mañana le diré a Luisa que volveré a dibujar como siempre y si no les gusta a los demás, ¿Qué más da?
– Así me gusta oírte, verás como todo cambiará si das la oportunidad de hacerlo. – le dijo la criaturita verde. – verás cómo no te arrepientes.
-Lo haré. Os lo prometo – concluyó Santi convencido.
Los dos personajes de su dibujo se despidieron de él y satisfechos volvieron a su lugar, el tablón de corcho de su habitación. Santi durmió de un tirón y al día siguiente, no solo habló con su profesora para darle su decisión sino que también le regaló un dibujo sobre lo que le había sucedido la noche anterior.
-¿Será un sueño de Santi?- se preguntó la maestra entre extrañada y satisfecha – eso sólo lo sabrá él. Sea como sea, ha conseguido que sea el de siempre y eso es algo que no debo dejar pasar.
Con este pensamiento, Luisa guardó el dibujo en su maletín y entró a su aula para comenzar con sus clases. Allí le esperaba Santi, sonriente, con su nuevo maletín de colores y un bloc de dibujo, dispuesto a aprender todo lo que Luisa le prometió que le enseñaría. Después de aquel día, nunca más dejó de dibujar por miedo a lo que pensaran los demás.
Rosi Requena
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