Cuento infantil: Una graduación de artistas
Uno sabe que se está haciendo mayor por ciertas cosas, al principio son cosas como dejar de llevar pañal, ir al baño solo, comer sin necesitar ayuda, o ir al cole. Yo ya sé hacer todas esas cosas desde hace mucho tiempo, tengo casi seis años… ¡ah! Por cierto aún no os he dicho mi nombre me llamo Laura, y os voy a contar la última vez en la que me sentí mayor de verdad.
Mi cole está decorado de una manera muy especial, imagino que como todos los colegios, claro que solo lo imagino porque yo solo he ido al mío. Lápices de colores tiene todas las paredes llenas de cuadros, pero no de esos cuadros que ves cuando tus abuelos te llevan a un museo a ver dibujos súper difíciles, los de mi cole son todos parecidos pero ninguno es igual, y todos están firmados y enmarcados, los hay muy grandes que cubren las paredes más altas y que puedes ver con detalle cuando subes por la escalera, los hay alargados e incluso en forma de zigzag.
Yo nunca me pregunté cómo habían llegado allí, pero el año pasado si me di cuenta de que existían algunos nuevos, bueno me di cuenta yo y todos los compañeros de clase, por eso le preguntamos a la profesora por ellos, pero ella nos dijo que eso era el secreto mejor guardado del colegio, y que cuando estuviéramos preparados para saberlo nos lo diría.
La verdad es que tanto a mi como a todos mis compañeros todo aquello se nos olvidó por completo, quizás porque nos acostumbramos a verlos colgados en aquel sitio nuevo todos los días. O como dice mi abuelo Jorge… que la rutina hace que las cosas extraordinarias se vuelvan tan cotidianas que nos parezcan normales. Esto lo aprendí cuando me enseñó a lavarme los dientes.
Lo recuerdo perfectamente porque la primera vez que me los cepille, me dedique a pasarme la lengua por los dientes una y otra vez, porque me parecían nuevos y con sabor a chicle, y no habían pasado ni dos ratos largos cuando quise volvérmelos a cepillar otra vez. Pero como luego lo hice cada día, cada medio día y cada noche, ya no me pareció tan especial, pues algo así pienso que nos sucedió a toda la clase, que por costumbre ya ni nos preguntábamos ¿Cómo llegaron allí?
Hasta que la semana pasada nuestra profesora que se llama Elia, que aparte de ser guapa y joven sabe de todo y un montón, nos desveló el secreto.
Aquella mañana todos estábamos nerviosos, cosa normal porque en apenas cinco días nos graduaríamos, y no solo eso, también teníamos que representar a Caperucita Roja en la función de fin de curso.
A mí no me tocó de Caperucita, yo era una de las margaritas que bailaría cuando ella recorriese el camino que existe hasta llegar a la casa de su abuelita.
El caso es que habíamos terminado de ensayar en el gimnasio, nuestra seño se sentó en el suelo y nos pidió que todos nos sentásemos junto a ella…
-¡Chicos sentaos a mi lado! Hoy os voy a contar el secreto más secreto de este colegio, es tan secreto que una vez lo cuente no podéis contárselo a nadie, ni tan siquiera a los papas ¿de acuerdo?
Nos dijo en voz muy bajita, estaba claro que ya empezábamos a ser mayores de verdad, porque algo de ese tamaño no se le confía a un bebe, ni a un niño súper pequeño tampoco. Kiko que es muy chistoso, quiso hacer la gracia como siempre y dijo…
-¿Tampoco se lo podemos contar al conductor del autobús o al policía que guarda el paso de cebra que esta frente a la puerta del colegio?
-¡No Kiko! Cuando digo a nadie es nadie, si tú se lo vas a contar a alguien porque no pueda aguantarte el secreto, entonces… a ti no te lo digo.
-¡No… no! prometo no contárselo a nadie
-¡Me parece bien!
-¿Ni al policía seño?
-¡Ni al policia Kiko… ni a la guardia civil ni a los bomberos! ¡A nadie! Si ves que tienes la necesidad imperiosa de soltarlo porque no lo aguantas, vienes y me lo cuentas a mí ¿de acuerdo?
-¡Esta bien seño! Prometo esforzarme para aguantarme
-¿Os acordáis de aquel día que me preguntasteis sobre aquellos cuadros que había nuevos en el pasillo azul? Cuando comenzaron las clases
-¡Si…! – Contestamos todos
-Pues aquellos cuadros son de los alumnos que se graduaron el año pasado, este es un colegio de artistas, por lo tanto no nos gusta que nuestros alumnos se marchen sin que podamos exponer una de sus maravillosas obras de arte para siempre, y es por eso y solo por eso que a cada uno de vosotros os daremos la graduación a cambio de un dibujo vuestro.
En aquel momento todos nos miramos asombrados, porque entendimos que todos aquellos cuadros eran de los niños que habían pasado por el colegio, y muy pronto nosotros también formaríamos parte de aquella exposición tan colorida.
Elia nos dijo que para el lunes todos trajéramos lo que creyéramos necesario para hacer el dibujo, los colores que más nos gustasen, puesto que era arte libre, podíamos hacerlos a lápices de colores, temperas, acuarelas, rotuladores, podíamos utilizar lo que quisiéramos, pero una cosa si… tenían que quedar hechos ese mismo día, porque luego los llevarían a enmarcar, y luego los colgarían para que una vez terminadas las funciones, y dados los diplomas de graduación, nuestros padres y familiares pudieran admirar nuestro legado, lo de legado nos lo tuvo que explicar, es algo así como algo que dejas cuando ya no estas.
El lunes yo lo tenía muy claro, me iba a dibujar feliz, muy feliz, porque era tal y como me sentía, y pondría mis manos sobre el dibujo, como hacían las estrellas de Hollywood, y luego lo firmaría muy clarito para que todo el mundo pudiera leer… ¡Laura!
La verdad es que tengo que reconocer que ni siquiera Kiko desveló el secreto mejor guardado de Lapiceros de colores, y que la función de fin de curso nos salió fenomenal, que fue súper emocionante la entrega de los diplomas de graduación.
Pero las caras que pusieron nuestros padres cuando les llevamos a ver nuestro legado, esas sí que no tuvieron precio, tanto es así… que nos hicieron fotos para que nunca lo olvidásemos. Y es por eso que desde ayer que fue mi graduación me siento completamente mayor.
Cuento infantil por Estrella Montenegro
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