Cuento infantil: ¡Que desastre de acampada! (2ªParte)
A la pregunta del monitor de si querían conocer la historia de la acampada más desastrosa jamás conocida, todos contestaron con un sonoro… ¡SI!
Para sorpresa de todos, fue el mismo Javier quien interrumpió al monitor y se ofreció para contar su propia historia sobre aquella acampada que cambió su vida y su trabajo
-Tienen razón cuando dicen que las prisas no son buenas – comenzó diciendo Javier – y aquel día si tenía algo, era mucha prisa. Me acababan de avisar que los alumnos de biología se marchaban de acampada y que uno de sus tutores había cogido una gripe la noche anterior, que le impedía hacer el viaje con sus chicos.
No tenía mucho tiempo para prepararme el equipaje, ya que estaba programado a última hora y a mi aún me quedaban por dar un par de clases. En cuanto terminé, me marché corriendo a casa, abrí el armario y cogí la primera bolsa de viaje que me encontré. Metí la ropa que creí que sería apropiada para el lugar donde íbamos, y me dejé el saco de dormir y unas mantas preparadas sobre mi cama para que fuese lo primero que viera antes de coger el equipaje. Pero como he dicho antes, las prisas nunca son buenas y al mirar el reloj y ver que faltaban diez minutos para regresar al instituto y coger el autobús, corrí a la habitación, cogí el equipaje que me aguardaba en la puerta, cerré todo con llave y volví al instituto donde ya nos esperaba el autobús.
No fue hasta llegar al campamento y deshacer el equipaje, cuando me di cuenta de mi tremendo olvido. Me había dejado el saco de dormir y las mantas sobre mi cama. Por suerte, uno de mis compañeros, aparte del saco había echado en su equipaje un colchón hinchable y un par de mantas que amablemente me prestó para poder pasar las noches sin tener que dormir en el suelo.
Pedro y el resto de los niños se ríen de buena gana al oír el despiste de Javier, no se imaginan como pudo no darse cuenta de que se dejaba lo más importante en casa.
– Pero, ¿no tuviste frio con solo una manta? ¡Vaya despiste más tonto! – exclamó una niña de grandes ojos marrones.
– Esto no es nada – dijo Javier con una sonrisa – lo peor estaba por llegar.
– ¿Cómo puede ser aún peor? –preguntó otro niño con curiosidad.
– Sí, porque la tienda que me llevé era más parecida a un paravientos que a una tienda de campaña y la noche que llegamos hacía un viento horroroso.- prosiguió Javier.- Esa noche pensé que tanto la tienda como yo saldríamos volando del campamento y que nos encontrarían como muy cerca, tirados en el lago.
– ¿Fue eso lo que ocurrió? – preguntó esta vez Pedro.
– No, por suerte aquella noche no salimos volando. Pero no sabía la sorpresa que me esperaba al día siguiente.
Javier siguió narrando su experiencia, con toda la atención de Pedro y los demás puesta sobre él.
– A la mañana siguiente, con gran alivio comprobé que seguía en el campamento con los demás. Pero al salir de mi tienda, un poco alejado de esta, vi un objeto extraño pero que, por su forma me llamaba mucho la atención.
Me acerqué para investigar que podría ser y cuál fue mi sorpresa cuando vi que un montón de abejas furiosas se dirigían directamente a por mí. Aquel objeto tan extraño era un nido de abejas que el viento había arrancado de un árbol y lo había trasladado hacia nuestro lugar de acampada.
Sin pensarlo dos veces huí hacia el lago más cercano para intentar esquivar a las temidas abejas que cada vez estaban más cerca, pero no hubo suerte y una de ellas, acabo haciendo diana en mi culo justo cuando iba a caer en el lago.
Al oír esto, todos los allí presentes estallaron en una sonora carcajada, incluido Javier que, al recordar como acabó aquel día no podía parar de reír. Como pudo siguió contando sus peripecias en la acampada.
– Salí del agua empapado y con un dolor horrible provocado por el picotazo que la abeja me había propinado sin tener yo la culpa de nada
Cuando llegue a la zona de acampada, todos me miraban y al cabo de un rato, sorprendidos por mi aspecto, comenzaron a reírse del mismo, aumentando así mi enfado. Entré en mi tienda sin mediar palabra y comencé a cambiarme de ropa, pues estaba empapado y si no lo hacía corría el riesgo de coger un gran resfriado.
Mientras, la picadura de la abeja seguía haciendo de las suyas y llegó un momento que el dolor me impedía por completo el poder sentarme. Busqué entre mis cosas algo que calmase ese dolor, pero nada, también fue una de las cosas que quedaron olvidadas en casa
Viendo lo que tardaba, los que antes se reían de mi aspecto, entraron arrepentidos en la tienda y se ofrecieron a dejarme todo lo que pudiera servir para aliviarlo un poco.
Esa noche, quedamos en cenar alrededor de una hoguera y hacer un concurso de historias de terror El que mejor contase la historia y más miedo provocase, ganaría el concurso y una bolsa de chucherías que habíamos comprado antes de llegar al campamento.
Cada uno contó su historia y la ambientó todo lo bien que pudo, incluso yo me inventé una que provocó el grito de alguna que otra chica que rodeaba la hoguera
Todos charlábamos animadamente cuando, de pronto, se oyó un ruido muy parecido al rugido de un animal salvaje. Paralizados por el miedo, nos abrazamos los unos a los otros e intentamos no hacer ruido, con la esperanza de que aquel bicho, fuera lo que fuera, pasara de largo y no se diera cuenta de nuestra presencia en aquel lugar.
Pero no fue así, y cada vez los rugidos se oían más cercanos, hasta el punto de que, de repente y sin darnos apenas cuenta, lo teníamos detrás de nosotros. Era un oso pardo enorme, y eso que nos aseguraron que aquella zona estaba libre de animales de toda clase. Pero allí estábamos delante de aquel oso gigante que parecía que, de un momento a otro, nos fuese a tomar como un aperitivo.
Una de las alumnas más jóvenes, no pudo contener un grito pidiendo que no se la comiese y, sorprendentemente, al oso se le escapó una sonora carcajada que nos dejó aún más extrañados.
-¿Desde cuándo los osos se ríen? – volvió a preguntar Pedro.
-Eso mismo nos preguntamos nosotros,- prosiguió Javier – hasta que uno de los alumnos más espabilados, echó de menos a uno de los tutores de su curso.
En ese momento pensamos que la carcajada que había salido del oso, se parecía a las de Mikel, el otro tutor, como dos gotas de agua. Decidimos seguirle el juego y pronto, aburrido de no provocar ningún grito más, Mikel se quitó la gran cabeza de del disfraz de oso
Entonces fuimos nosotros los que nos reímos de aquel oso que se había comido a nuestro Mikel. Este intentó hacerse el ofendido, pero no aguantó mucho y acabó riéndose igual que los demás.
– Si tan mal te fue en tu primera acampada, con todos los animales persiguiéndote… ¿por qué decidiste cambiar de profesión y hacerte director del campamento? – preguntó otra de las niñas de la acampada.
– Porque, por suerte, conté con muy buenos compañeros a mi lado que transformaron lo que podía haber sido una acampada desastrosa en una inolvidable y quiero que ese recuerdo perdure y pueda transmitirlo a más niños como vosotros.
Y ahora, iros a dormir que ya es muy tarde. ¡Buenas noches!
Todos los niños y niñas del campamento se fueron a dormir con una sonrisa y muchos pensaron que por muy mal que pueda salir algo, siempre puede quedar un buen recuerdo si te rodeas de buenos amigos dispuestos a ayudar.
Cuento infantil por Rosi Requena
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ES UNA LECTURA ENTRETENIDA Y MUY EDUCATIVA
Nos gusto mucho, a mis peques les gusta porque logra captar su atención.