Cuento infantil: Las Fiestas de Rubén

Cuento infantil: Las Fiestas de Rubén

Erase una vez un niño llamado Rubén que quería ser festero en su ciudad, pero no sabía ni se decidía de que salir.

Lo tenía difícil pues, las fiestas que se celebraban en Almansa, su ciudad durante la primera semana de Mayo, tenía dos bandos o dos formas de vivir las fiestas intensamente y tenía conocidos, familiares y amigos repartidos entre uno y otro. Estas formas de vivir la fiesta eran por un lado, moros y cristianos y por el otro, los grupos y distritos festeros.

Por los dos lados intentaban convencerle con distintos argumentos

Los que pertenecían a las distintas comparsas de moros o cristianos le engatusaban con la belleza de sus vestidos, la majestuosidad de las carrozas en las que iban sus representantes, abanderada y alférez, y los más pequeñines, la alegría de sus desfiles con la elegancia de sus marchas tanto moras como cristianas, el trabajo en equipo con sus distintas capitanías que ponían cada año el listón más alto y sobre todo con la magia de algunos desfiles que estaban exclusivamente dedicados a su patrona.

El pequeño, se sentía atraído por todo aquello que le decían y sobre todo, por el plato fuerte que tenía esa parte de las fiestas. Unas embajadas donde se recreaban a los pies de su castillo la toma de este por parte de las huestes moras o cristianas, según correspondía. Le encantaba verlas, por lo que representaba y por el ambiente mágico que se creaba cada noche del 2 de mayo, cuando moros y cristianos se enzarzaban en una histórica pelea a fin de conquistar la fortaleza tan ansiada. Música, pólvora y el trabajo de sus organizadores hacían de este acto su preferido.

Además, algunas horas antes, también los pequeños festeros de un bando y otro, tenían la oportunidad de imitar a sus mayores en una embajada adaptada a sus cortas edades, y en la que demostraban que con trabajo, esfuerzo y tesón, no tenían nada que envidiar.

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La otra parte festera, formada por los distintos grupos festeros y sus representantes de distritos, le animaban a unirse a ellos, apostando por la tradición y el ambiente familiar.

Le contaban lo bien que se lo podía pasar en los distintos pasacalles que realizaban a lo largo de la semana de fiestas, visitando otros grupos festeros y conociendo gente nueva entre otras muchas cosas.

Lo divertido que sería desfilar sobre una carroza tirando caramelos a amigos, conocidos, familiares y gente que viene cada año a conocer las fiestas.

Le hablaban del orgullo que sería para él, el desfilar con el traje regional y poder ofrecer ofrendas a los abuelitos de la ciudad, en una pequeña ofrenda que ha crecido con los años, convirtiéndose en uno de los actos que más participación tiene en la actualidad. De lo guapo que saldría si tuviese la suerte de representar a su ciudad como Presidente Infantil y disfrutar de una semana de fiestas inolvidable junto a su reina y otros niños que compartirían experiencias, risas y anécdotas que permanecerán en su memoria para siempre, como una de las semanas más felices de su infancia.

Cada uno tiraba a su terreno y, lo cierto es que a Rubén le gustaba todo lo relacionado con las fiestas, lo que aún le hacía que le costase decidir dónde o con quien participar durante esa semana y los actos que le seguían a lo largo del año.

Rubén seguía dudando y las fiestas estaban a punto de comenzar, no sabía qué hacer y las insistencias de un lado y otro provocaban que estuviese confundido y sin saber si acertaría con su elección.

De lo que estaba seguro era que, escogiese un lugar u otro, se lo pasaría genial y conocería muchos más niños aparte de los de su colegio y que haría nuevos y buenos amigos.

Viendo lo difícil de su elección, acabó haciendo algo que alegró a todos. Decidió que probaría ambas formas de participar en fiestas. Un año como parte de una comparsa, le daba igual si era mora o cristiana y al año siguiente, como parte de un grupo festero cercano a la calle donde vivía.

Así sabría cómo se viven las fiestas en los dos sitios y, aparte de conocer a más niños de uno y otro sitio, tendría la experiencia de participar tanto en los distritos como en comparsas y le sería más fácil decidir el camino a seguir en el mundo festero de su ciudad.

De lo que Rubén sí que estaba seguro, es que disfrutaría de las fiestas como nunca lo había hecho y que cuando llegase el fin de estas, terminaría diciendo como cualquier festero. “¡Treinta de Abril que fuera!”

Cuento infantil por Rosi Requena

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